Bueno, les quería comentar que no me gusta esa
cosa medio fulera de andar deteniendo al país y tomando de rehenes a los pibes.
Entonces me dije a mí mismo: es tiempo de cambiar el estado de apatía constante
en este país derruido por las prácticas populistas y empezar a hacer la diferencia poniendo mi granito de arena. Y eso hice. Así que me fui a la
escuela del barrio más cercana esta mañana y le dije a Emilce, la directora,
que me dejara pasar, pues pensaba impartir a los chicos una lección de griego
básico. Porque van a leer las obras de Sócrates durante el año, los pibes
tienen que saber griego básico. Y charlando con Emilce, la directora, la empecé
a notar un poco triste. Y entonces, ante la insistencia y el entusiasmo con el
que alteraba su existencia, ella me confesó que estaba amargada porque los
docentes ya no seguían los lineamientos axiológicos de la escuela pública. «Recuerdo», comenzaba a declamar, «que hace cuarenta años las cosas no eran así. Acá el docente se hacía
respetar en clase y parte de eso era no hacer paros cada dos por tres. Porque
si uno hace muchos paros, sabrá ya usted, la gente empieza a enojarse y decir
que son todos unos vagos que parasitan la teta del Estado y queman en putas los
impuestos de la gente. Y bueno, yo no es que quiera ser una buchona ni nada,
pero yo no adhiero al paro y le abro las puertas a la gente de bien porque, la
verdad, no me gustan ni las putas ni la merca. Las putas generalmente las tenés
que ir a buscar a un cabarulo de cuarta, salvo que te gusten los travestis de
la ruta. Y a la merca hay que saber dónde comprarla, porque si paleás un par de
veces una de mala calidad después no sabés ni cómo te llamás. Y el tema con los
docentes que hacen paro es ése: son merqueros y putañeros. Algunos, incluso, se
van de travas, y dejan a los pibes acá, de rehenes, mientras sodomizan a su
acompañante en la sala de profesores. Y lo digo porque yo lo viví acá y no
estuvo bueno. A mí no me gustan esas cosas… pero bueno, es el resultado de los
años de libertinaje a los que nos han sometido esos corruptos. ¿Qué quiere que
le diga? Yo tengo esperanzas en que las cosas van a cambiar y por eso vengo acá
y les digo a los chicos que hay que poner todos el hombro; que Norberto, el
tachero de la esquina, se copa en dar el seno de X; y el que el Amigo de Rozitchner
vino hoy a la mañana con su Gramática
Griega para que puedan entender a un ateniense si se van de vacaciones al
Mar Egeo. Y hay que ir de a poco, pero a veces una se siente amargada y piensa
que lo mejor es poner una bomba en el medio de la Sala de Profesores y que
vuelen todos por el aire, incluidos los travestis que, pobrecitos, no tienen la
culpa. Porque esa gente hace mucho daño, tanto a los pibes, que los tienen de
rehenes todo el día, como al legado de Sarmiento, que era un caballero respetable».
En ese momento interrumpí a Emilce, la directora, y le dije que los
pibes no iban a ser rehenes de nada, que acá todos teníamos que poner el hombro
porque al país lo sacamos de la crisis moral entre todos. Y que los pibes iban
a estar bien, que los iba a salir a buscar hasta sus casas y les iba a dar la
mejor lección de griego básico que ellos pudieran tener. Entonces Emilce, entre
lágrimas, me confió un par de tizas blancas y un borrador: «Estas tizas son tus
mejores armas para detener los embates satánicos del populismo. Y este
borrador, bravo hombre, es lo que nos permitirá borrar los errores más cruentos
de nuestra historia». Y así me despedí de Emilce con un fuerte abrazo y encaré
al aula, donde los alumnos me estaban esperando.
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